viernes, 30 de mayo de 2008

Desconsuelo

Hace algún tiempo un profesor que tuve me dijo: “te desesperas fácilmente”. Hoy he leído un fragmento del último libro que he comprado, en el que un guerrero samurai (un adolescente de doce años en realidad) descubría el gran enemigo a batir, su gran enemigo, el desconsuelo. Él no temía a la muerte, pero si temía perder lo que más quería.

En realidad lo que más temor le producía era ese pesar, ese manto gris que cae sobre su víctima y le va ahogando hasta que se hace invisible y deja de pesar, pero sigue ahí, es como aquel proverbió chino que descubrí una vez “no puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí que anide en ella.”

El desconsuelo se queda, aparece en cuanto tiene un poco de espacio y puede devorar todo lo que haya por hermoso y bonito que sea.

Hay quien es capaz de hacerlo desaparecer, con una simple sonrisa, con una frase, con un “todo irá bien”, con una carcajada, con una historia,… o a veces sirve un simple “Shalom”.

La culpa

He confundido la culpa con la responsabilidad, ahora me doy cuenta. Mi forma de evitar la responsabilidad, mi responsabilidad, en todo aquello que me pasaba en la vida no era como la de aquel personaje que decía después de haber destrozado algo “¿he sido yo?” o aquel aún más conocido que soltaba un “yo no he sido”… mi frase siempre fue “no es lo que parece, tengo mis razones”.

Claro que había razones siempre había mil razones, de puertas para adentro me sentía culpable, pero no responsable. Habían sido las circunstancias o un mal calculo, o lo que fuera. Daba igual.

La gente se enfadaba, pero no era responsabilidad mía, yo metía la pata, pero no era responsabilidad mía; al mismo tiempo me sentía completamente culpable porque no sabía como solucionar lo que había estropeado y porque no podía soportar la idea de que alguien pudiera estar enfadado conmigo. Esa era mi obsesión. Pero hay cosas que son completamente imposibles, que no se pueden solucionar. Además, todo el mundo tiene derecho a enfadarse.

A veces sólo hay una forma de arreglar las cosas y es decir un sencillo lo siento, un lo siento que no esté lleno de miedo, y que no pretenda el perdón (aunque realmente sea lo que ansiemos). Ese lo siento tiene que ir acompañado de un “ha sido culpa mía, yo soy responsable de lo que pasó”.

De vez en cuando no te perdonan, pero ¿cómo van a perdonarte si no te perdonas tu misma? ¿Cómo van a perdonarte, si parece que no te importara lo que ha pasado y sólo pretendieras volver a ese estado de calma en el que te encontrabas?

Y hay quien lo nota, y se siente herido por ello. Porque se da cuenta de que quizás no sea su dolor lo que te haya hecho reaccionar, si no la incomodidad que te ha creado.

Por eso a veces los “lo siento” están tan vacíos.

miércoles, 28 de mayo de 2008

esbozo

Siento como propio, como algo conocido, esa especie de alineamiento que siente el personaje de Woody Allen en casi todas sus películas, esa especie de Anhedonia que le persigue y que le hace difícil, si no, imposible ser feliz en la vida a pesar de ser amado, tener éxito, ser reconocido… y tener la posibilidad de hacer lo que le gusta.

Entiendo ese alivio que siente leyendo un buen libro, escuchando una gran canción, pero sobre todo dentro de una sala de cine.

Ese alivio, ese soñar despierta en la sala de un cine, en el que a veces (muchas veces, miles de veces, millones de veces) tu mente se despierta, y tu imaginación empieza a fantasear y te hace formar parte de la escena, recitando los diálogos de Blanche Dubois y Stanley Kowalski, o te ves pidiéndole consejo a Bogart en asuntos amorosos, o crees que puedes entrar en la pantalla o hacer que salga de ella quien tu quieras, el protagonista de la película un aventurero que se ha fijado en ti, en tu cara triste y quiere conocerte.

Sobre ideologias subyacentes (Para Zain)

Cuando era pequeña aprendí que había muchos idiomas, y viendo un capitulo de una serie titulada “las aventuras del joven Indiana Jones” descubrí al personaje de Lawrence de Arabia que le explicaba al joven Indi que “la mejor manera de entender a una persona es hablarle en su mismo idioma.”

Con más años descubrí que no sólo los idiomas eran muchos, también eran muchas las culturas, las religiones, la historia. Y me encontré con un gran dilema. Yo creía en D’s, pero… si mi D’s era cierto, el de los demás debía ser falso… ¿no?

Una película “jugando en los campos del Señor” me trajo un pensamiento en mi adolescencia. “Si D’s ha hecho el mundo tal y como es, ¿quiénes sois vosotros para cambiarlo?” ese reto le era lanzado a una pareja de misioneros que pretendían evangelizar Sudamérica. Era una buena pregunta.

Después recordé una frase que había leído una vez “Los justos de todas las naciones se salvarán”. La primera vez que la leí fue una respuesta a otra de mis dudas, ¿salva la oración o lo que hagas en tu vida? A mi no me convencía demasiado eso de ser salvado por la fe en vez de por las obras.

Y, ¿qué sucede si te has pasado la vida rezando a un D’s equivocado, o del modo equivocado, o en la lengua equivocada?

La solución a mi dilema fue aquella frase del Lawrence de Arabia de la serie, si la mejor manera de entender a una persona es hablarle en su mismo idioma, D’s que lo sabía todo haría lo mismo.

B’H, le habla al corazón del hombre en el idioma que él pueda entender. Sea esta lengua el Arte, la Religión, el Altruismo, la Duda,…

A veces el camino más directo tiene unas cuantas curvas..

Puedo ser fuerte si te gusto.

Siempre oyes “si no te quieres tu, no te querrá nadie” pero la verdad es que a veces te quieren aunque tu no te quieras. Y el milagro se produce cuando ese alguien quizás tocado por la varita de un mago o por la protección divina o por la diabólica, es capaz de hacerte sentir lo que siente por ti.

Con una mirada de soslayo, ni siquiera directa, un “me gustas” que te llega al cerebro y que tardas en desencriptar. Mensaje recibido… ¿pero qué quiere decir? Pero al final lo logras, aunque ese “me gustas” se convierta al final en un “nunca te lo perdonaré.”

O una mano bajando por tu hombro, alzas la mirada, te cruzas con unos ojos intensos y ves amor “te amo” (a pesar de que te quitaste las gafas y sin ellas ves borroso) y notas el deseo que le produces: “te deseo”. Y sabes que es cierto, y que está ahí.

O unos labios se posan en tu hombro después de haber pedido permiso "¿te importa?" y tú te preguntas ¿Por qué? no tiene porque pedirlo.

O cuando unos pies fríos se cuelan en tu cama y ponen un libro ante tus ojos y con voz infantil te susurran: “¿me lo lees?”.

O cuando una voz susurra una respuesta en tu oído “todo saldrá bien” porque tú, una vez, desesperada, se lo preguntaste.

Ese es un principio… un buen principio, pero sólo un principio.

Puedo ser fuerte si te gusto

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miércoles, 21 de mayo de 2008

Credo

El cuerpo femenino como la prueba palpable de la presencia divina según Leonard Nimoy

domingo, 18 de mayo de 2008

incomodidad

¿Existe algo que explique esa fascinación por el ser humano que al mismo tiempo nos hace a algunos, o al menos a mi, no sentir deseo de hacer algo más que mirar desde fuera el espectáculo ofrecido por lo que otros consideran vida?

Me gusta escribir, adoro escribir, pero no me gusta tanto que me lean, no soy del tipo de gente que soporte demasiado bien las críticas negativas, aunque quizás disfrute demasiado de los halagos, aunque muchas veces me pregunte qué hay realmente detrás de toda esa adulación, qué peligro escondido, qué razón oculta.

Me resulta demasiado complicado enseñar lo que he escrito, es como desnudarme, sobre todo cuando hay alguien que me conoce tan bien que puede decir sin lugar a dudas donde están las fisuras de la armadura que año tras año me he ido forjando a mi alrededor.

Un día tras otro conoces gente, gente a la que observas unos días, con la que hablas, a la que escuchas, que te hace reír, sobre todo cuanto menos te acercas a ella. Porque de una forma extraña quizás, parece que cuanto más conoces a alguien menos fascinación sientes por ella, menos cosas puedes contarle y esa forma de no contar nada, porque consideras que eso qué eres, qué sientes, sólo te pertenece a ti y no quieres compartirlo con nadie, porque eso es simple y llanamente tu, es tu esencia, te pertenece. A ti, a nadie más, sólo a ti.

En realidad es lo que muestra de si misma lo que te interesa; esa energía, esas vivencias, esa forma de ser, de mover el pelo, de reírse, de llorar, de vivir… en definitiva; pero no quieres ofrecer nada a cambio, vas ofreciendo pequeños fragmentos, cosas sin importancia, anécdotas, jamás un sentimiento, jamás algo importante. Porque eso es tuyo. Tuyo, tuyo, tuyo, sólo tuyo. Sólo a ti te pertenece.

Al mismo tiempo de una forma extraña ese alguien cuanto más cree conocerte se da cuenta de que no conoce nada –aunque a veces no se atreva a admitirlo- pero juzga en base a lo que cree, y desesperado por esa negativa tuya a abrirte, siente un deseo cada vez mayor de llegar algún día a conocerte. Y tu das un poco más, quizás por culpa, o porque en ese momento sea algo que quieras quitarte de encima, algo de lo que necesitas desprenderte, no es más que una simple hoja seca pero que es recogida como quien recoge un diamante. Y a veces te arrepientes, muchas veces, siempre, casi siempre. Eso ya no será igual. Nunca vuelve a ser igual, es como si ya no te perteneciera del todo, ya no es tuya.

A veces ese alguien tiene algo interesante, y deseas pasar algún tiempo con ella pero sabes, crees, estás segura de que en el momento en el que te conviertas en humana, se dará cuenta de que no hay nada de interés en ti y se cansará y tú no te sentirás igual, del mismo modo que cuando una piel no está acostumbrada a la luz del sol después de un día en la playa se quema, así te pasará a ti y te quedarás con esa molesta sensación de que lo mejor que podías haber hecho era no haber salido de casa.

Un día mucho más extraño aún, realmente extraño, conoces a alguien que te lee el alma con sólo decir hola, y te sientes tan aterrada que deseas profundamente desaparecer, morir, nacer, extinguirte, cantar y enmudecer, llorar y reír, porque ese milagro que pediste una vez existe y es tan dolorosamente real, tan deliciosamente real, tan verdadero que te llega a la esencia te ha hecho ser consciente por fin de la existencia de tu armadura.